DESDE EL ALMA

Thursday, January 04, 2007

SI FUERAMOS HUMANOS III


Cuando un particular tipo de energía pasa y vuelve a pasar reiteradamente, produce un centro de atracción de la materia con su propia cualidad; esa cualidad es adoptada por la materia que resuena de acuerdo con esa vibración y no con ninguna otra, según las leyes de la armonía. La formación de estos vórtices de atracción y de manifestación de la energía, según un modo particular, determina la identidad física de un individuo; la entidad la constituyen los patrones genéticos y evolutivos, como huellas arquetípicas más colectivas. Así, la huella física de ese pasaje de la energía por nuestro cuerpo, se manifiesta en los siete centros de fuerza y de energía que se relacionan directamente con el sistema glandular.


En la identidad física podemos reconocer cualidades, que como tales son ‘subjetivas’; podemos decir que son el calor, el colorido, la intensidad particular con la cual el ser se aproxima a las cosas, por las cuales le atribuye un sentido a la vida en la materia, con las cuales crea un campo de relaciones, como lo es a la vela, el calor.


Todo nuestro cuerpo está construido sobre una matriz de carbono, lo cual le hace ser combustible; así como sabemos que la razón de ser de la vela no es el cuerpo de cera en sí, sino la luz y el calor que irradian, podríamos preguntarnos ¿Cuál es el objeto de nuestra combustión permanente, con cada latido del corazón, con cada inspiración? Y ante esta pregunta no podríamos tener una respuesta al margen del fin elemental de toda combustión: generar luz y calor. Entonces asumiendo que el cuerpo no es el fin, sino que es un medio volvámonos a preguntar: ¿Quién soy yo, para qué soy. Si mas allá de nuestra manifestación física, aplicamos nuestra atención al propósito, pasamos de dimensiones y proporciones a cualidades o ‘emanaciones’, tal como podemos reconocer en una vela, más que sus dimensiones físicas, la radiación de la luz y calor.


Los seres humanos en general, tenemos excesivo énfasis en el cuerpo físico, haciendo de él un fin y no un medio. Esto se ve dramáticamente en lo que se derrocha en la comida, luego en no comer, luego en la moda, luego en los tratamientos estéticos, y en todo lo que absorbe y consume nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestra vida. Toda la fuerza, el inmenso vórtice de energía que mueve el universo, es un voltaje demasiado alto para morir en el cuerpo; es una energía tan grande, que cuando no retorna como una cualidad y una radiación al universo y se queda atrapada en nuestro yo de carne y hueso, enfermamos, pues la fricción es tan grande como cuando en vez de encender la vela con una llama controlada, la arrojamos a una hoguera; con frecuencia, literalmente estamos haciendo esto y nuestra luz es efímera, corta, de mínimo alcance. Pero cuando la vivencia en el cuerpo físico es un medio para expresar una cualidad, surge una polarización, una tendencia que no es solo la inercia biológica, instintiva, es una polarización emocional; el cuerpo está fuertemente condicionado por los motivos, pues los sentimientos no solo se expresan a través de la fisiología, sino que tienen el poder de transformarla; cuando se produce una integración mayor de la personalidad, entendida como la expresión fisiológica, anímica y mental, aparecen los propósitos, la claridad mental, como elemento rector de la vida encarnada.


Luz Angela Carvajal P

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