DESDE EL ALMA

Saturday, October 20, 2007

EL SOL NACIENTE DEL OCASO Dos ejemplos reales sobre como conocer el arte de vivir permite dominar el arte de morir.

Barco con puesta de sol

Somos libres. Libres de elegir cómo vivimos, si vivir es esa aventura en la que la responsabilidad marca sentimientos, pensamientos, acciones y vínculos. Elegir sin responsabilidad no es elegir propiamente, es dejarse llevar, es sucumbir. Es las más de las veces caer en omisiones y autojustificaciones “era inevitable”, “las cosas son así” son las fórmulas para encadenar la existencia a la repetición y perdernos la vida.


Si la repetición no nos encadena, si el proceso de ser libres y a partir de la libertad de hoy vivir creciendo a una libertad mayor se da, esa libertad llega a incluir la más humana de todas las elecciones posibles: la de elegir como morir.


En estos días dos bellos ejemplos de esa sublime libertad han conmovido muchos corazones, el mío no puede evitar su destino y cuando se conmueve arde y cuando arde, escribe. Escribe porque hacer las paces con la muerte es honrar la vida. Escribe porque vivir es amar, y amar es saber que la muerte no existe. Sólo existe la muerte del cuerpo, no la de la vida.

¿Cómo es la despedida, cuando se muere en paz? ¿Cómo el tránsito final, cuando morir sólo es partir de regreso al alma? ¿Cómo sienten los que se quedan, cuando el que se va habitó el corazón?


Cuando morir es morir al cuerpo, a la vestidura, al instrumento en el que la vida se manifiesta, morir puede ser un momento de plenitud y perfecta belleza. Si es así para algunos, es porque puede ser así para todos, dadas las correctas condiciones. Veamos cuando ePuesta de sols así …



Leamos lo que escribe un marido la misma mañana de despedir a su mujer, sintamos como siente él, abramos los cinco sentidos…



“Todos los que estáis aquí conocisteis, en mayor o menor medida, con mas o menos intimidad y convivencia, a Lourdes. Por eso sabéis que no resultaba difícil percibir que era una mujer llena,serena, que siempre transmitió paz, que respiraba equilibrio, capaz de querer intensamente sin la menor alharaca, amante de lo importante y ajena a lo espectacular, celosa de lo intimo, practicante de lo auténtico, militante de la lealtad.


Todos lo sabéis e insistir en ello es llover sobre el mar.


Pero no sabéis como murió. Yo sí y os lo cuento porque su muerte resume, en ese momento trascendental, todos los valores que adornaron su vida.


Lourdes murió en paz. Llena de una infinita paz.


Durante meses libró una batalla que la dejó inconsciente y en ese estado siguió su lucha durante siete largos días, ahora postrada en un hospital. La misma fortaleza moral que mostró en su vida, se convirtió en esos momentos en fortaleza física para resistir un ataque de una enfermedad mortal. Y resistió sin ruido, o sin más ruido que el imprescindible para seguir viviendo.


Lourdes quería vivir aun a pesar de que sabía, como ella mismo dijo en más de un ocasión, “que había sido tan feliz en su vida que no le importaba afrontar su muerte”.


Pero nos sabía allí, nos sentía aquí y si quería vivir no era por ella solo sino por nosotros y por alguno de nosotros en especial, por esos para quienes queda un vacío que solo se llena de soledad, una melodía que solo puede componerse con las notas de un eterno silencio.


A las 7.40 de la mañana comenzaba a amanecer. El rostro de Lourdes no mostraba el menor síntoma de una noche de esfuerzos por seguir en esta vida, en este trozo de manifestación.


Sin el menor movimiento, ni espasmo, ni mueca, su respiración cesó.


Comenzó a retirarse.


Como se retira la ola después de descender sobre la arena de la playa.


Suavemente.


Acariciando la vida


Ni siquiera en ese instante quiso ceder un milímetro a lo meramente espectacular.


Siguió siendo mujer de lo importante.


Amante de lo autentico.


Edificio de sinceridad.


La mano de Mercedes tomaba la suya izquierda y la mía su derecha.


Sentimos la muerte llegar a su cuerpo.


Mejor dicho, yo sentí que le llegaba una nueva dimensión de vivir en la que no hay formas ni perfiles, ni espacios ni tiempo.


En ese instante Lourdes dejó de ser sonido y nota de una música mortal para retornar al silencio del Absoluto.


Continuó amaneciendo.


Me quede solo con ella.


La miré y además de paz reflejaba belleza. Seguía como siempre:


increíblemente guapa.


Me arrodillé frente a ella y recé, como yo se rezar, es decir sin palabras.


Lourdes, el espíritu de Lourdes, dejó su cuerpo y se montó sobre la luz del alba que ascendía a esas horas de la mañana.


Sentí que volvía a un cielo de otoño, casi añil, sin nubes, en una mañana que apuntaba plácida, serena, como Lourdes, como su espíritu, como su vida, como su alma.


Me sentí feliz. No podía ni siquiera llorar porque Lourdes volvía a su sitio de origen, al lugar del que vino, y además de serena y en paz Lourdes volvía llena de Belleza de Interior tras una vida en la que amó por encima de cualquier otra cosa, de cualquier otro sentimiento, de cualquier otra aspiración.


Lourdes vino a este mundo a amar.


Misión cumplida.


Ojalá vuelva a venir muchas veces más.”


¿Y puede morir también en paz, alguien que no sea tan valiente? ¿Puede el valor de una hija obrar el milagro de sostener a su padre, de tal forma que ni el dolor físico de un cáncer metastásico, ni el terrible dolor emocional del temor, hagan del morir un evento desgarrador?


Agustín tenía poco más de setenta cuando se diagnostica un cáncer avanzado. La idea de la muerte próxima asociada a su enfermedad le resultaba aterradora. Lo esperable dada la combinación era una agonía emocional y física dura. Lo esperable no ocurrió. No ocurrió porque no estamos solos, porque la evolución de la consciencia de unos sostiene a otros, porque la red de amor es la realidad más firme de cuantas hay; más que nada que se pueda pesar o medir, porque aunque no usemos metro la cualidad de la vida puede medirse y nada tiene más peso, más trascendencia, que despedirse bien. Fue Emilia su hija, quien con la luz de su amor constante y protector transformó el proceso en un viaje sereno que duró, con excelente calidad de vida, varios años más de lo que los pronósticos médicos marcaban.


¿Cuánto de ese alivio corresponde a la maestría de esta brillante psicóloga con la spagyria? ¿Qué parte de él se debe en realidad a que la fuerza lúcida del amor de la hija constituyó una transfusión permanente de luz para Agustín? No lo sabemos, no importa saberlo, basta comprender que el grado en el cual ayudarnos es posible, desafía todo límite. Ella fue el mar incansable que horadó las rocas de su miedo, hasta que él pudo ser playa de arena blanca y así, cuando la hora de partir llegó la confianza había sido encarnada.


Agustín abierto pudo quedarse en su hogar en el trance final, Emilia junto con su hermano médico, montó una mini clínica en la casa, los últimos días fueron lo que en un futuro quizás todos podamos tener: momentos de recogimiento en la intimidad del hogar. Agustín pudo despedirse de todos, todos pudieron dejar sus actividades habituales y acompañarle. Las imágenes de su nieta de dieciséis años durmiendo a su lado en la misma cama, treinta minutos antes de que él emprendiera el otro sueño, quedaron gravadas en los corazones para siempre. Se fue escoltado por la luz del alma de su hija expresada en discernimiento, fuerza y serena calma. En la luz de ambos, la tranquilidad fue la nota de todos.


Elegir cómo morir es posible, si lo elegimos ya, viviendo conscientemente, despertando. Vivir con consciencia es la garantía de poder acompañar a otros a partir, y la garantía de llegar a ese momento diáfano con la levedad suficiente de elevar el vuelo a la altura del destino real. Que vivir sea morir a lo no esencial, para que morir pueda ser lo que es: el viaje de regreso al alma.


Isabella Di Carlo

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