DESDE EL ALMA

Wednesday, October 31, 2007

“Lutero y la Reforma Litúrgica RESUMEN Introducción

Artículo para la revista SIGNOS DE VIDA.
Muy pocas veces las renovaciones son bien recibidas por todos y sus protagonistas son tildados de locos, fanáticos, inconformes, revolucionarios. La incomprensión y la oposición acompañan a la renovación, pero el paso del tiempo va dando razón a quienes parecían no tenerla. La historia humana está llena de momentos renovadores. La historia de la iglesia, por ser también historia humana, no ha estado ni estará ajena a la necesidad de la renovación. Uno de esos momentos de mayor renovación en la vida de la iglesia fue sin duda la Reforma Protestante del siglo XVI, y sus modestos inicios se deben a las locuras de un joven monje alemán llamado Martín Lutero.

Una de los legados más valiosos de la Reforma –y en el cual Martin Lutero y sus contemporáneos jugaron un papel importante- es la renovación litúrgica. Esa experiencia mantiene un gran significado para nuestras iglesias hoy. ¿En qué consiste esta vigencia o testamento litúrgico de la Reforma?

Para responder esta pregunta vamos a considerar tres aportes fundamentales de la Reforma en el ámbito del culto cristiano:
1.1 El principio protestante de la “sola Escritura” restaura el lugar central de la Palabra en el culto cristiano.
Traducir la Biblia al alemán, leer las Escrituras y predicar en el idioma que la gente entiende, son obras de Martin Lutero que demuestran la importancia de devolver la Palabra de Dios al pueblo.
La poca preparación de muchos sacerdotes provocó la crisis de la predicación en la Edad Media y en lugar de leer las Escrituras se usaban pasajes de la vida de los santos.
Así, la fe se distorsiona, se diluye en lo secundario, y no se enfoca en lo esencial del evangelio.
Así también la fe puede ser manipulada de acuerdo a los intereses de quienes tienen acceso a la Biblia y la pueden interpretar.
Hoy en día, muchos sermones se preparan a partir de historias y anécdotas sensacionales y se pierde la inspiración bíblica de la predicación cristiana.
Algunos también se limitan a ciertos pasajes conocidos, preferidos y de fácil interpretación, olvidando la riqueza de todo el mensaje de Dios en la Biblia.
Al contrario de Martin Lutero, reformadores como Calvino y Zwinglio rechazaron el uso del Leccionario y el Calendario Cristiano y elegían los pasajes bíblicos a ser leídos en el culto de acuerdo a lo que querían predicar.

Lutero, no sólo se valió de la lectura bíblica y la predicación para difundir las nuevas doctrinas de la Reforma sino también del mensaje de los himnos. Para Lutero, los himnos tenían tres propósitos fundamentales: litúrgico (conservar la tradición de la iglesia), teológico (adorar a Dios y proclamar el evangelio), y pedagógico (comunicar la nueva doctrina, educar en la fe cristiana). Martin Lutero privilegiaba la simplicidad de la melodía para que el texto fuese comprendido claramente.
Sonidos y palabras simples harían posible la comunión entre el creyente y Dios.
Sólo aquello que cantamos y entendemos es capaz de educarnos.
Un líder de la iglesia Romana en aquellos días declaraba:
“Los himnos de Martin Lutero han sido mucho más dañinos que todos sus sermones y sus libros”.
Por su parte, Calvino, en su afán de ser fiel a las Escrituras, redujo el canto congregacional al canto de los Salmos. Entendía que toda la música extrabíblica creada por los seres humanos no era apta para la adoración a Dios. No se daba cuenta que con esta actitud dejaba fuera de los himnos los temas esenciales del Nuevo Testamento: Cristo y la iglesia. Nosotros hoy entendemos que la iglesia debe alternar el canto bíblico con aquel que refleja la realidad del mundo en el cual vivimos y al cual servimos
1.1 Los principios de la “sola gracia” y “la sola fe” hicieron entender el culto como un encuentro de los creyentes libres, entre sí y con Dios.
El culto va a perder su carácter sacrificial –idea promovida por la doctrina de la transustanciación- y meritorio –la idea de que asistir al culto nos hace mejores cristianos, al tiempo que acumulamos puntos para nuestra salvación- para convertirse en una experiencia gozosa de la gracia de Dios, en el disfrute de los beneficios del amor de Dios.
No se ofrece en el culto ningún sacrificio a no ser la entrega de la propia vida a la causa de Cristo. El culto es cristocéntrico, adoramos a Cristo, no al sacramento.
El culto, al igual que la iglesia que lo celebra, no es una institución, es la comunión de los creyentes con Dios, es alabanza y adoración por su salvación gratuita.
Estos principios se complementan de una manera equilibrada cuando el culto se concibe como una experiencia didáctica y devocional, racional y mística.
Es importantes relacionar la verdad bíblica con la vida de la congregación.
El culto de Zwinglio privilegió la enseñanza, el de Calvino, el canto bíblico.
Ambos rechazaron el simbolismo, dimensión tan necesaria para la espiritualidad humana.
En el culto escuchamos a Dios y orientamos nuestra vida de acuerdo a su Palabra, pero también venimos al encuentro del misterio de Dios con todo nuestro ser, dejando que todos nuestros sentidos, sensaciones, sentimientos y afectos se involucren en la adoración. El culto apela a la razón y a la emoción, celebrar a Cristo es comprender su Palabra y sentir como un fuego que nos consume, su llamado para servir a la causa de su amor, su justicia, su paz, su perdón, su reconciliación, su reino.
Además de teólogo, Martin Lutero fue un músico.
Siempre disfrutó el canto y amenizaba muchas reuniones con la familia y los amigos tocando el laúd y la flauta.
Esto le permitió ser alguien sensible a los valores de su cultura.
La recuperación del canto congregacional es una de sus grandes contribuciones al culto de la Reforma y al culto cristiano universal.
Cuando en el culto el pueblo canta su propia música, el culto no es una experiencia extraña, ajena. Se convierte en algo que las personas aman y con lo cual se identifican profundamente. Cantar la fe desde su propia realidad y hacerlo de manera comunitaria y en el idioma autóctono era una manera de ejercitar el principio del sacerdocio universal de los creyentes.
El pueblo adora a Dios tal y como es, desde su propia vida, con su propio ritmo, con sus palabras. Es una dimensión importante de la libertad en la adoración a Dios.
El amor de Martin Lutero por la música histórica de la iglesia y por la música de su tierra trajo como resultado una liturgia donde se mezclaba la tradición y la novedad.
Junto al canto congregacional, se escuchaba al coro y algunos cuartetos cantando a cuatro voces. El coral luterano fue una de las innovaciones en el canto cristiano cuyos aportes han perdurado hasta el día de hoy.
Mantener el equilibrio entre antiguas y nuevas formas de culto es el desafío que Martin Lutero nos lanza desde su tiempo. Esa actitud respetuosa de la riqueza del pasado y de las necesidades del presente es la manera de no perder la identidad y la autenticidad de nuestro culto.
Es muy doloroso ver cuantas veces las iglesias confunden renovación litúrgica con devastación del pasado.
No todo lo que retuvimos del pasado es valioso y no todo lo que aportamos ahora es valioso.
Hay que discernir, desde ambos lados cuáles son los elementos más significativos para la comunidad que celebra, aquellos que responden a sus necesidades, a su tiempo y a su manera de comprender desde la fe todos los aspectos de su vida y su misión en el mundo.
El culto en los tiempos de Martin Lutero era asunto del clero de la iglesia.
Ellos controlan la liturgia.
El canto gregoriano era profesional, el pueblo no podía cantar aquellas melodías difíciles.
El culto era un gran acto dramático de la vida y muerte de Jesús donde los clérigos eran los actores y el pueblo observaba pasivo sin entender bien lo que pasaba.
Súmenle a eso que la misa era pronunciada de espaldas a la congregación, en latín y en voz baja, inaudible.
El pueblo sólo “asistía” a la misa, no participaba de ella.
Nosotros promovemos hoy una liturgia participativa e incluyente
Los equipos de Liturgia son una propuesta para hacer realidad el protagonismo de la asamblea. En la tradición protestante y evangélica la dirección del culto ha sido derecho exclusivo de los pastores y algunos líderes, porque, queramos o no, la dirección del culto implica un espacio de poder.
Quien tiene conocimiento tiene poder.
Por eso la asamblea debe conocer por qué celebra su culto de una manera determinada.
Así se democratiza el poder.
Participación e inclusividad en la liturgia son principios y valores cristianos por excelencia, más allá de la raza, el sexo, el origen social o el nivel intelectual.
Por ejemplo, el culto que desarrollaron los grupos de la Reforma Radical, especialmente los anabautistas, eran determinados por cada congregación local y velaban por la participación de hombres y mujeres por igual.
Participar activa y concientemente de la Cena del Señor era uno de los anhelos de la Reforma. La celebración de la cena había perdido este carácter comunitario y se había revestido de un complejo ceremonial, oscuro para el pueblo, algo mágico y milagroso que atrajo la atención de la gente hacia lo que veía, hacia lo sensacional.
Esto incentivó la piedad popular y el pueblo comenzó a atribuir a la hostia poderes para curar enfermos y bendecir las cosechas.
Además, los fieles sólo concurrían a la cena una vez al año y con mucho miedo.
La teología de la época enfatizaba la naturaleza pecaminosa de las personas de tal manera que se consideraban indignos de participar de la cena.
De ese modo, sólo el clero comía el pan y bebía la copa en lugar del pueblo.
Los reformadores querían volver a la adoración sencilla y comunitaria de los tiempos del Nuevo Testamento (Hechos 2).
Reunirse alrededor de la mesa, dar gracias y partir el pan entre todos y todas.
Para Zwinglio la cena era expresión de la fe de la comunidad en respuesta a una ordenanza de Cristo. Como consecuencia de ello, diseñó un ritual bastante simplificado de la comunión, le dio un carácter de comida familiar y promovió el sentido memorial-simbólico de la comunión. Martin Lutero y Calvino convenían en afirmar la presencia real de Cristo en la cena aunque no aceptaban la doctrina de la transustanciación.
Calvino enfatizó más la idea de la “presencia real del creyente”, es decir, participar y conocer el sentido de aquella ceremonia. En sentido general, los reformadores lucharon por la celebración frecuente de la cena y permitir que el pueblo participara de manera activa y conciente, aunque no lograron hacerlo más de cuatro veces al año.
Con el paso del tiempo, la centralidad de la Palabra va a relegar a un segundo plano la celebración de la cena, a tal punto de que hoy existen muchas iglesias evangélicas que apenas celebran la comunión una vez al año.
Es un desafío para la iglesia cristiana en la actualidad restaurar la igualdad de la Palabra y la Mesa como momentos esenciales y fundantes del culto cristiano.
El culto enfatizaba la individualidad y no la comunión.
Durante la Edad Media, los monjes habían promovido una adoración individualizada, centrada en la contemplación, la oración y la meditación personal, y no en la proclamación de la Palabra que es por esencia un acto comunitario.
Ante la práctica extendida de las misas privadas, Martin Lutero proclama que sin asamblea reunida no hay culto verdadero.
Es Dios quien convoca y quien reúne a la comunidad.
Es Dios el que ofrece un servicio a la comunidad a través de los beneficios de su Palabra.
El pueblo entonces responde a la palabra con arrepentimiento, obediencia, compromiso, no sobre la base del miedo al castigo divino sino movidos por la gratitud al amor salvador de Dios. No venimos al culto a adorar de manera individual sino con nuestros hermanos y hermanas.
La fe cristiana debe ser vivida y celebrada en comunidad y no de manera aislada. Si no nos congregamos en un mismo sentir, como una sola alma, entonces no se cumplirá aquella promesa de Jesús de que “donde hay dos o tres reunidos en mi nombre allí estaré yo”.
Conclusión
Estos aportes de la Reforma en el ámbito del culto cristiano nos ayudan a entender como iglesia de Jesucristo la necesidad de una constante renovación litúrgica para que podamos ser fieles a nuestra historia y a nuestra vida. Nuestras iglesias deberían experimentar la renovación constante como un proceso de crecimiento, maduración y actualización de nuestra misión en el mundo. Esto dará frutos positivos y permanentes en la vida de toda la comunidad de fe. Una renovación litúrgica fiel a la rica herencia de la Reforma no debe olvidar que:
1.-La renovación litúrgica es la consecuencia natural de una renovación teológica.
Una nueva manera de experimentar a Dios, de leer la Biblia y de ser iglesia en nuestros contextos de vida implica una nueva liturgia que exprese esos cambios.
2.-La renovación litúrgica debe pasar por la incorporación de nuestros valores culturales: nuestra música, nuestra manera de decir, nuestra historia, nuestro mestizaje latinoamericano, nuestro pensamiento, nuestra manera de relacionarnos y mostrar afecto.
3.-La renovación litúrgica debe promover la participación y la inclusividad.
Cada grupo de edad y cada persona trae su aporte, su estilo, su don, para que cada celebración sea el culto de toda la comunidad.
El desafío es mantenernos en esta fidelidad a nuestra historia, pasada y presente.
Así nuestra liturgia será siempre esencialmente cristiana y auténticamente nuestra.
Permita Dios que, sostenidos por su gracia e inspirados en su Palabra, podamos celebrar siempre con alegría nuestro culto a Cristo Resucitado, Señor de nuestra vida.
“Lutero y la Reforma Litúrgica”
Lic. Amós López Rubio.
Iglesia Bautista “Ebenezer” de Marianao.
Artículo para la revista SIGNOS DE VIDA.

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