DESDE EL ALMA

Monday, November 26, 2007

DÍA INTERNACIONAL CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO

25/11/2007

Hoy se cumple un año de que la ONU diera carácter oficial al 25 de Noviembre como día Internacional contra la Violencia de Género. Lo maravilloso de tener una fecha así es que reconocemos el problema, le damos status oficial, los medios de comunicación lo tratan, los ciudadanos se sensibilizan. Lo aterrador de tener una fecha oficial es que la violencia dentro del hogar, la brutalidad de los hombres sobre sus esposas, sobre las mujeres a las que dicen querer, sobre las madres de sus hijos, es algo que ocurre de forma sistemática no como una epidemia local, ni provincial, no como una atrocidad nacional, sino que sus dimensiones son las de crimen contra la humanidad perpetrado a nivel Internacional.

¿Qué nos ocurre? Preguntémonos con la mano en el corazón, por Dios ¿qué nos pasa? Porque tengamos claro que lo que sucede NOS PASA A TODOS. Las cifras son tan escalofriantes que ninguno de nosotros puede decir no conocer a una mujer que haya sufrido malos tratos.

¿Quizás debemos revisar nuestra concepción del amor? Recientemente en España un programa de televisión que se dedica a mostrar reconciliaciones, un “reality show” de estos que parecen estar en auge, invita a una mujer joven. Ella no sabe con quien van a vincularla. El otro invitado es su novio, un hombre violento que tiene orden judicial de alejamiento. Ante las cámaras él le promete “que va a cambiar”, se pone de rodillas y le pide su mano en matrimonio. Ella tiene todos los gestos corporales de alguien completamente abrumado por la situación, sin mirarlo dice que no. A los tres días muere degollada.

Detengámonos unos instantes en este evento, que no es el primero de su naturaleza, sólo el más reciente. Más allá de la negligencia temeraria del entrevistador y los productores del programa; más allá de sus evidentes responsabilidades como promotores de una humillación pública a un violento que sólo puede acrecentar su impulso criminal, preguntémonos lo más simple, lo más aterradoramente básico ¿de verdad confundimos las parodias de reconciliación, con la reconciliación?

Imaginemos que ella hubiera dicho que si, y a los tres días en vez de un puñal en la garganta hubiera recibido la bendición de un sacerdote o un juez de paz, siendo él el que es ¿podríamos llamar a eso reconciliación? ¿Se unen adentro las cosas que se unen fuera? ¿Bastan los gestos externos? ¿Son las promesas sinónimo de realidades?

Si deseamos resolver el problema debemos cambiar nuestra forma de pensar, para ello debemos ser infinitamente menos superficiales. Siendo serios surge una pregunta que aúna todas las demás preguntas: ¿Qué requisitos deben darse para que algo sea una reconciliación? En la respuesta correcta, a esa pregunta crucial reside la esperanza. Seguir en la superficie sólo posterga al infinito la solución y la solución no puede, no debe ser postergada, porque cada minuto rompe huesos, apuñala, viola el cuerpo, mata la dignidad.

Hablemos de reconciliación ciñéndonos al caso que nos ocupa, no las mutuas agresiones, no los conflictos entre dos grupos, sino la violencia unidireccional de un hombre sobre una mujer, su mujer.

Recurramos para responder a más de dos décadas de experiencia en psicología clínica, recurramos al interior de un consultorio donde se tratan el dolor, el desencuentro con uno mismo, las dificultades en la visión del mundo, los problemas de relación, la ira, la tristeza, los celos, el miedo, todos los conflictos emocionales que nos alejan de la paz, es decir, de ser nosotros.

Un aspecto de la personalidad que implica patología, conflicto, se corrige cuando:

a) Uno lo admite total y completamente.
b) Siente el dolor, la vergüenza, la angustia existencial de reconocerlo.
c) Siente la culpa, la pena y el profundo deseo de reparar, en relación a la persona o personas dañadas.
d) Busca la ayuda adecuada.
e) Sigue el tratamiento apropiado durante tanto tiempo como sea necesario hasta vencer al interior y lograr la transformación real.

Curarse es entonces un proceso, tiene etapas, ocurren recaídas, hay momentos en que las fuerzas flaquean. Curarse toma cierto tiempo, requiere decisión, voluntad, perseverancia y ayuda eficaz. Hasta que no comprendamos que curarse es un proceso no veremos el abismo que existe entre prometer cambiar y cambiar realmente, hasta que no lo veamos, el camino no se andará.
Prometer cambiar es muy fácil, de hecho es tan fácil que son justamente los más enfermos quienes más a la ligera lo prometen; la promesa en sí misma hace parte del cuadro patológico, es una agresión pasiva, una seducción patológica, un chantaje emocional.

La dinámica subyacente al programa televisivo que propició que esa joven mujer terminara degollada, es una dinámica que corta millones de gargantas. Es la confusión entre la realidad y la apariencia, la confusión entre la promesa de cambio y el compromiso con el cambio. Nadie hace un programa de televisión sin estar seguro de que tendrá audiencia, los mensajes no tienen audiencia si no sintonizan con las creencias de muchas personas, así pues lo que el programa deja al descubierto, es que estamos gravemente enfermos de superficialidad porque no comprendemos que requisitos tiene el cambio.
La patología en el mal trato es la patología en la concepción del amor. En tanto el amor se confunda con posesividad, en tanto haya apego, en tanto creamos que algo de violencia de vez en cuando no implica que no nos quieran, estamos condenados a repetirnos. Así de grave es. Así de crucial resulta la importancia de nuestra visión.
La visión debe sanarse pero no sólo en los maltratadotes, sino con el mismo énfasis, en las mujeres maltratadas. Hay una dinámica psicológica enfermiza en toda mujer que no se aleje de forma tajante, inmediata y definitiva de un hombre ante el primer atisbo de violencia. Es así de simple, la segunda vez jamás debe llegar. Las bolas de nieve se detienen bien cuando acaban de empezar a rodar.
Las mujeres debemos saber que lo femenino es sagrado. Somos las portadoras de la vida. Somos la suavidad de las caricias, la dulzura del abrazo, el regazo de la paz. Somos la profundidad, el misterio, el poema; somos la belleza, la fecundidad y el descanso. Un hombre que no lo vea, no es un hombre. Tener aspecto de hombre, voz de hombre, barba masculina, no hace que alguien sea un hombre. Ganar mucho dinero, tener poderosos músculos, ser alto, no hace que alguien sea un hombre. La hombría debe ser conquistada, y para ello se debe conquistar la humanidad. La violencia está muy por debajo de la humanidad.
Si esta cultura no conquista para todos la comprensión cabal de la trascendencia de devolver lo femenino a su verdadero lugar, no sobrevivirá. Arrasar a la madre naturaleza, contaminar sus océanos, talar sus bosques, desequilibrar el clima planetario son otros signos de un masculino disociado del femenino que en su disociación olvida la vida. Ese mismo masculino desbocado explica todas las guerras. Resolvamos el problema de nuestra visión, ascendamos la lucha a donde debe estar: comprender, trabajar en las causas profundas, recuperar el sentido de lo sagrado, ser reverentes con lo femenino en todas sus manifestaciones, proteger a los niños… sólo así seremos humanos.

Isabella Di Carlo


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