DESDE EL ALMA

Thursday, April 10, 2008

HOMENAJE A PEDRO CASALDÁLIGA 1

Pedro es uno de los grandes místicos modernos que une la contemplación con el compromiso.
1.- CONVERSACIÓN SOBRE PEDRO
El testimonio de Pedro arranca desde el comienzo ESTA conversación con Pedro no es de ahora.
Son pocos, que yo sepa, los que han tenido el privilegio de convivir por unos años con Pedro. Y, sin embargo, Pedro es conocido por muchos, bien porque lo han visitado, lo han leído y escuchado, bien porque han recibido el testimonio de su persona.
Nosotros, y digo nosotros por referencia a esta su comunidad “enclave” de Madrid, estamos entre los que lo hemos visitado, lo hemos leído y lo hemos escuchado.
Pero hay algo más. Pedro era para la juventud claretiana, ya antes de marcharse para el Brasil, un destello especial, una figura atrayente, que simbolizaba la rebeldía propia de la juventud, acompañada de una vibración hacia todo lo nuevo y que buscaba en directo transformaciones audaces de la sociedad y de la Iglesia.
Varias eran las notas que le distinguían ante tanto lastre del tradicional mundo religioso: su apertura esperanzada a los cambios del mundo, su compromiso con la justicia y los más marginados, su sensibilidad poética para dialogar sobre todos los problemas de la cultura.
Enganchaba y arrastraba.
Le poseía una intuición certera, que sobrepasaba el tamiz del cálculo y de la inteligencia.
Sus senderos eran los del corazón y de la mística y, cómo no, su raro don de compaginar la impaciencia revolucionaria con las trabas del irritante perfeccionismo leguleyo.
Él andaba en esa dialéctica, que le haría sufrir, pero no hasta el extremo de inmovilizarlo en enajenada y pasiva quietud conventual.
Y digo esto consciente de no haber encontrado nadie que, como él, haya hecho de la oración lugar suyo natural para la meditación y reforzamiento del compromiso evangélico.
Este hombre se ha encontrado a sí mismo unido de tal manera a Dios que es desde ahí, pienso, de donde ha sacado esa extraña sabiduría y amor que le ha caracterizado y que ha puesto en cada momento al servicio de los demás con desacostumbrada libertad.
La autenticidad de una persona se percibe y es motivo de admiración para cercanos y lejanos. Y a nadie deja indiferente.
Esa autenticidad –y no el monto del saber– es lo que produce encantamiento y credibilidad. Esa credibilidad de Pedro había entrado en nosotros.
Serían unos años más tarde cuando, por razón de especiales circunstancias, nuestra cercanía y comunión con Pedro aumentaría.
Ya él y su Iglesia –su estilo evangelizador– repercutían en uno y otro lugar, sus palabras daban en el clavo, eran santo y seña de una nueva manera de ser cristiano y reclamaban nuestro reconocimiento y nuestro incondicional apoyo. Y nos convertimos, a miles de kilómetros, con cartas, entrevistas, circulares, revistas, libros, radiotelevisión y otros menajes en vehículo y resonancia de un modo de anunciar el Evangelio válido para el mundo de hoy.
Pedro no comenzó a ser Casaldáliga en Brasil.
No hay más que rastrear un poco en su vida para descubrir las semillas de su futuro.
Del 1952, en que es ordenado sacerdote con 24 años, hasta el 68, transcurren 16 años en que su vocación misionera se estaba acrecentando intensamente.
Fue al regreso de unos Cursillos de Cristiandad dados en Guinea, cuando, según escribe,“siente furiosa la realidad y la llamada del Tercer Mundo.
“Traía para siempre en mi corazón, confusamente, como un feto, África, el Tercer Mundo,los Pobres de la Tierra y esa nueva Iglesia –la Iglesia de los Pobres– que diríamos más tarde, a partir del Concilio”.
¿Natural o circunstancial la opción de Pedro?
Lo de Pedro venía de lejos, muy de antes.
Uno encuentra natural que, ya en el Mato Grosso, en uno de aquellos primeros entierros colectivos, cuando los sepultados eran cuatro niñitos, hijos de prostitutas, dijera a su compañero Manuel Luzón : “O nos vamos de aquí inmediatamente, o nos suicidamos o hallamos una solución para todo esto”. ¿Era esto natural o efecto de unas circunstancias?
Yo pienso que más natural que circunstancial, porque todos llevamos dentro la indignación contra la injusticia.
Pero no basta.
Pues otros, antes de Pedro y después de él, han visto la misma realidad inhumana y no se han convulsionado.
No me resulta tan desconcertante, como algunos creen, el cambio que puede darse en la vida de una persona o el contraste de ella con la de otras.
Estoy convencido de que la lealtad, la libertad y la profecía no se improvisan. Cada uno da lo que es.
Los chascos, cobardías o incoherencias de las personas no son fruto del azar, están anidando en el interior.
Sostengo esto porque hay seguramente quien piensa que el radicalismo de Pedro se lo ha dado la situación, una situación extrema de injusticia.
Yo pienso que no.
La vida de Pedro muestra que en todo su proceso hay un río secreto que la recorre, que la nutre e impulsa en una misma dirección.
Ese río es interior, propio, y avanzará de una forma u otra, más bravo o más sosegado, dependiendo de la orografía del cauce, de las circunstancias, según se empeñen o no en acallarlo o en desviarlo de su meta.
¿Cuál es, pues, el secreto, la fuerza, si es que la hay, de esa permanente apuesta de Pedro por el débil?
Siempre he pensado que para ser libre e innovador en lo grande hay que serlo en lo pequeño.
Al ser consagrado obispo, Pedro manifestó su creativa libertad.
No le bastaba con seguir al pie de la letra un ritual, sino que buscó traducir en él sus más profundos sentimientos y convicciones, y dejó a un lado la forma estereotipada de aquel rito que no podía expresar lo que él llevaba dentro, su manera de ser y sentirse obispo.
Cosa secundaria, cierto, pero muy significativa, porque si no se es libre ni creativo para cambiar una ceremonia,
¿cómo se puede ser en cosas más importantes? Pedro cuenta que una vez, navegando por el río das Mortes, tuvo que atender a un hombre moribundo.
La comunidad le pidió que celebrara una misa. No había pan ni vino. No traía nada para decir misa: “Yo venía más preocupado por atender al hombre. Allí había una pequeña taberna.
Cogí unas galletas y celebré la misa.
Me pareció que era una buena misa.
El pueblo me pedía misa y yo era sacerdote, la Pascua de Cristo bien se puede celebrar con vino de las viñas de Italia, o de las de Cataluña, pero si no había vino, ¿por qué no se podía celebrar con alcohol de caña de azúcar?”.
Otra vez excomulgó a dos haciendas porque tenían pistoleros que mataban a los peones, les cortaban las orejas y las llevaban a la hacienda para demostrar su muerte:
“Tras enterrar a uno de esos peones asesinados, cogí un puñado de tierra de su sepulcro, lo puse sobre el altar y excomulgué a esas haciendas.
Pero fue un acto contra las haciendas, no contra las personas”.
En cierta ocasión, ante la reiterada opresión de muchos latifundistas, muchos de ellos “muy cristianos”, decidió evitar toda ambigüedad, nada de eucaristía en sus capillas, ningún gesto de saludo: “El Evangelio es para los ricos, pero contra su riqueza, sus privilegios, su posibilidad de explotar, dominar y excluir. Si cada semana voy a la casa de un rico y no pasa nada, no digo nada, no sacudo aquella casa, no sacudo aquella conciencia, ya me he vendido y he negado mi opción por los pobres”. ¿Efecto todo esto de las circunstancias?Muchos han vivido idénticas circunstancias y, sin embargo, no hubo protesta, ni denuncia ni excomunión. Y así, por mucho tiempo, quizás por siglos.¿Dónde está, pues, el secreto? 2. CONVERSACIÓN CON PEDRO CASALDÁLIGA No es habitual el testimonio episcopal de Casaldáliga. Otros seguramente han recibido la misma formación que él y se han encontrado en las mismas circunstancias. Y las posiciones subjetivas siguieron sin alterarse y las situaciones de inhumanidad estancadas o aceptadas. Quedan importantes interrogantes por contestar.
¿Qué hace que una misma situación ante diversas personas cause tan diversas reacciones?
¿Por qué la miseria a unos los subleva y a otros los deja tranquilos?
¿Por qué una misma situación de injusticia hace que unos obispos se inhiban y se pongan de parte del poder y otros actúen y lo denuncien hasta el martirio? Esta es una cuestión que se relaciona con lo más íntimo de la personalidad.
Y muestra, de primeras, que algo importante tiene que haber en la raíz de esa extraña discrepancia.
Precisamente en este punto quiero que la conversación con Pedro adquiera un nuevo giro: que sea él quien, con palabras directas, nos explique esta especie de misterio.
En el principio eran los pobres Quizás el itinerario que lleva a Pedro a situar el centro de su vida en los pobres parezca complicado, pero no.
Basta con formular este criterio: el respeto a la realidad es la aplicación obligada de la acción de todo hombre.
Pero, para un creyente, tras esa realidad subyace una voluntad divina que la origina y sustenta.
Habría, pues, una identificación entre el respeto a la voluntad divina y la realidad que de ella procede.
Si esta realidad se refiere al ser humano, entendemos enseguida que el respeto abarca todo lo que ese ser significa y desecha todo lo que, de una u otra manera, hiere esa dignidad.
La persona humana es imagen y semejanza de Dios y, en buena lógica, el respeto u ofensa de la persona es respeto u ofensa de Dios. Ahora bien, a mayor degradación y ofensa más indignación y mayor compromiso.
La cuestión, entonces, se remite a averiguar en quién ese grado de ofensa es mayor, acompañada de una consecuente acción de restauración.
En esa síntesis de contemplación indignada y compromiso consecuente veo yo la clave de la vida de Pedro.
Y es que a la restauración de esa dignidad oprimida dedica él toda su vida, su opción determinante: la opción por los pobres.
–Pedro, ¿desde cuándo tuviste claro que tu vida iba a estar centrada en laliberación de los pobres?
–Yo siempre quise ir a las Misiones, pero fue con ocasión de la visita al seminario de Solsona de monseñor Fogued, Prefecto Apostólico de China, que hice “la” opción por “las Misiones”, tercamente sostenida hasta mi llegada a este Mato Grosso.
Mi decisión última fue en el 1967, en el Capítulo de Renovación Claretiano. Había llegado mi hora.
El testimonio laico del Che Guevara, muerto por entonces, era una nueva llamada desde América.
Dudé entre Bolivia y Brasil, pero al final, con la ayuda de mi superior general,
P. Schweiger, elegí Brasil.
El 26 de enero de 1968 trocaba los 11 grados bajo cero de Madrid por los 38 grados sobre cero en Río de Janeiro.
Era un salto en el vacío del otro mundo.
Había conseguido, por fin, lo que tanto había soñado y pedido y buscado: un clima heroico para vivir heroicamente.
Por cuatro meses en un Centro de Formación Intercultural (CENFI) vivimos un estado excepcional de revisión, de crítica, de enorme y acuciante evolución. Llegar al Mato Grosso sin pasar por el CENFI hubiera sido una zambullida fatal. –Y enseguida, a las pocas semanas de llegar, tú dejaste escrito:
“Estos son–a pesar de todo lo que se pueda decir en contrario– los pobres del Evangelio”.
–Llegamos el 26 de julio.
Un viaje sin retorno.
Se imponía una revisión total de criterios y de programas.
¿Qué pedía el pueblo?
¿Qué podíamos hacer nosotros?
Debíamos enfrentar el problema del analfabetismo, de la salud, de la tierra, de un inmenso abandono secular.
En el 70 firmé mi primer informe-denuncia, que recogía, en letanía trágica, los casos en carne viva de peones engañados, controlados a pistola, golpeados o heridos o muertos, cercados en la floresta, en pleno desamparo de la ley, sin derecho ninguno, sin humana salida.
Hasta el nuncio me pidió que no lo publicase en el extranjero y uno de los mayores terratenientes me advirtió que no debía meterme en esos asuntos.
Pero era hora de aplicar nuestra opción: no podíamos celebrar la eucaristía a la sombra de los señores, no podíamos aceptar signos externos de su amistad. Hora de opción, que violentaba mi propio temperamento, mis ganas naturales de estar a bien con todos, la vieja norma pastoral de “no apagar la mecha que aún humea”.
–Todo por defensa de los pobres.
–Me estás tocando la niña de mis ojos.
A mí siempre se me ha quebrado el corazón viendo la pobreza de cerca.
Me he llevado bien con la gente excluida, quizás porque siempre he tenido una cierta afinidad con el margen, con los marginales.
Quizás por una especie de espíritu compasivo, o por una especie de vena poética.
Quizás sea una cuestión de sensibilidad, porque soy incapaz de presenciar un sufrimiento sin reaccionar.
Por otra parte, yo nunca me he olvidado que nací en una familia pobre.
Yo me siento mal en un ambiente burgués.
Siempre me pregunté que si puedo vivir con tres camisas por qué voy a necesitar tener diez en el armario.
Los pobres de mi prelatura viven con dos, de quita y pon.
Estoy doblemente convencido de que no se puede tener una sensibilidad revolucionaria y profética ni se puede ser libre sin ser pobre.
La libertad está muy unida a la pobreza.
No se es verdaderamente libre con mucha riqueza.
Siendo pobre me siento más libre de todo y para todo.
Mi lema fue: ser libre para ser pobre y ser pobre para poder ser libre.
Lo dejé bien escrito en aquellos mis versos de POBREZA EVANGÉLICA No tener nada.
No llevar nada.
No poder nada.
No pedir nada. y, de pasada, no matar nada; no callar nada.
Solamente el Evangelio, como una faca afilada, y el llanto y la risa en la mirada.
y la mano extendida y apretada.y la vida, a acaballo, dad.
Y este sol y estos ríos y esta tierra comprada ,para testigos de la Revolución ya estallada.
¡Y “mais nada”! Después vino la Iglesia
–Al XVI Congreso de Teología, en Madrid, hiciste llegar tus palabras de que la herejía suprema era la de la macroidolatría del mercado total.
Y que el pecado de la Iglesia podía estar en no reaccionar ante la exclusión por el neoliberalismo de la mayoría de la humanidad.
–Esa es la otra muerte de Dios en tantas vidas humanas muertas, prohibidas. Me espanta oír y ver a tantos sectores de la Iglesia, teólogos también, cayendo en la tentación de pasarse a otros paradigmas, porque ya están cansados de hablar y de oír hablar de la opción por los pobres, de la justicia y de la liberación y porque este mundo (aquí San Pablo se pondría furioso) pide ahora que todo sea light, la teología también, la espiritualidad más connivente, una especie de fe del bienestar.
–Tan adentro llevas esta opción por los pobres que, si no recuerdo mal, en tu visita al Papa
–que luego publicaste– le recordaste que no la estábamos cumpliendo debidamente.
–A Juan Pablo II le hablé con mucho cariño, pero con mucha libertad, ejerciendo el derecho de mi corresponsabilidad eclesial y de mi colegialidad apostólica.
Le dije: En el campo social, no podemos decir con mucha verdad que hayamos hecho la opción por los pobres.
En un primer lugar, porque no compartimos en nuestras vidas y en nuestras instituciones la pobreza real que ellos experimentan.
Y, en segundo lugar, porque no actuamos, frente a “la riqueza de la iniquidad”, con aquella libertad y firmeza adoptadas por el Señor.
La opción por los pobres, que no excluirá nunca a las personas de los ricos –ya que la salvación es ofrecida a todos y a todos se debe el ministerio de la Iglesia–, sí excluye el modo de vida de los ricos, “insulto a la miseria de los pobres”, y su sistema de acumulación y privilegio, que necesariamente expolia y margina a la inmensa mayoría de la familia humana, a pueblos y continentes enteros.
–Tu radicalidad en este punto te ha llevado a decir que hoy uno no puede ser cristiano sin ser pobre o aliado de los pobres.
–Lo he dicho a propósito de unas palabras de Karl Rahner que escribía:en el siglo XXI un cristiano o será místico o no será cristiano.
Que conste que considero a Rahner como el mayor teólogo del siglo XX.
Sin embargo, yo creo, con la más estremecida convicción evangélica, que hoy, ya en el siglo XXI, un cristiano o cristiana o es pobre y/o aliado o aliada visceralmente, aliado o aliada de los pobres, enrolado en la causa de los oprimidos o no es cristiano, no es cristiana.
Ninguna de las notas famosas de la Iglesia se mantiene en pie si la Iglesia olvida esta nota fundamental, la más evangélica de todas: la opción por los pobres. –Profundamente relacionado con esto está el tema de la teología de la liberación. Algunos jamás lo han digerido, son los menos peligrosos.
Otros argumentan que, como moda pasajera y unida al socialismo, ha visto su fin: puro fracaso.
Otros, en cambio, no la condenan ni la tachan del escenario cristiano pero creen que ha llegado el momento de reducirla a su dimensión exacta: una teología más, localista o regional, de inconsistente fundamento y de escasa proyección universal.
Es decir, que de la teología de la liberación apenas si queda nada.
–Estoy harto de oír la pregunta:
¿Qué queda de la teología de la liberación?
Me la han preguntado por activa y pasiva, compañeros, obispos, periodistas.
Yo un poco así a la española les he respondido: quedan Dios y los hombres; pues mientras existan el Dios de Jesús, el Dios de David y los pobres de Dios y mientras exista alguien que piense a la luz de ese Dios y se sensibilice delante de Jesús, habrá teología de la liberación.
La teología de la liberación no se inventó en América Latina, viene de mucho más atrás.
Isaías ya nos habló de la liberación.
La teología de la liberación ha sido más de los pies caminantes del pueblo que de las cabezas pensantes de los teólogos.
Y ha sido más de la sangre derramada de nuestros mártires, del llanto derramado de nuestros pueblos, de los clamores que Dios siempre escucha. Nació en América Latina porque cuando el teólogo pensaba se encontró con un clima de opresión y también de liberación.
Vivimos momentos de cansancio.
Parece, como dice Galeano, que la utopía es un caballo cansado del que hay que apearse.
El caballo se cansó.
Si el Evangelio es liberar, la teología de la liberación es práctica liberadora, y para ser práctica liberadora tiene que ser estructural y, si estructural, tiene que ser política.
Sería horrible que dejáramos la política a merced de los teólogos del neoliberalismo.
Y que no sigan nombrando, por vergüenza al menos, las barbaridades –calumnias auténticas– que colgaron a la teología de la liberación y sus teólogos. Nosotros: teólogos de la liberación, obispos que los acompañamos e Iglesias que se benefician de su doctrina, no hemos optado por Marx sino por el Dios y el Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su Reino y por sus pobres.
Nuestro Dios quiere la liberación de toda esclavitud, de todo pecado y de la muerte.
Analizar la trágica situación de los dos tercios de la humanidad, señalarla como enteramente contraria a la voluntad de Dios y asumir compromisos prácticos para transformar esa situación son pasos obligados de la teología de la liberación.
A los enemigos del pueblo es a los que no gusta la teología de la liberación. ¡Celebrarían tanto que los cristianos pensasen sólo en el Cielo... despreciando la Tierra! Cuando nosotros queremos ganar el Cielo, conquistando la Tierra. Hijos libres de Dios padre y hermanos verdaderos.
–¿Roma ha cambiado su valoración sobre la teología de la liberación?
–Cuando no se vive con los pobres es difícil cambiar. Y ocurre que cuando se vive entre los pobres –lo escribía yo hace unos años– no hay modo de entender los deslices, mayores, de nuestro querido cardenal Ratzinger condenando la teología de la liberación.
Despacito, en Roma también van entendiendo.
Para bien del Evangelio de Jesús.
Para mayor alivio de sus pobres.
Más al fondo de todo esto –y se lo decía a mis amigos en mi último viaje a Cuba–, lo esencial de la Iglesia son las personas.
Y descentralizarse.
Y aproximarse desinteresadamente a todas las inquietudes, desconciertos, sufrimientos y esperanzas de la humanidad. La Iglesia católica ha pecado por plantear la pérfida dicotomía Iglesia-Mundo, esta dicotomía orden naturalorden sobrenatural.
Hay un solo Dios, una sola creación, una sola humanidad. Los cristianos no podemos apoderarnos del término ecuménico.
La oikumene sería mayor que nosotros: la humanidad entera.
La eclesiología tradicional ha presentado a la Iglesia como una sociedad perfecta y no como la quería Jesús: luz, fermento y sal en la civilización, en la vida.
Tampoco la Iglesia debe sentirse como una especie de fin en sí.
Teóricamente nunca lo dijimos, pero prácticamente sí.
Pedro, un místico desconcertante Pedro es uno de los grandes místicos modernos que une la contemplación con el compromiso.
Exiliado del mundo de la civilización, enclavado en el sertao, a miles de kilómetros, sin haber vuelto nunca a España, rotas como quien dice las amarras con un mundo sin el que nosotros no sabemos vivir, este hombre alimenta una vida interior profunda de poeta y contemplativo y, sin embargo, este hombre tiene unas antenas más que cibernéticas, que le permiten divisar y seguir lúcidamente el rumbo del mundo.
Su mirada viene encendida en las brasas del proyecto original, único que despierta sueños y esperanzas de futuro, donde seguramente más tarde que temprano habrán de converger personas, pueblos y continentes.
Una mirada que restalla profética en el vaivén desmadrado de sueños imperialistas, siempre inhumanos y retrógrados.
El testimonio de Pedro nos habla de cómo no es posible anestesiarse en el silencio de la soledad y encasillarse en una espiritualidad enajenante, al margen de los problemas y esperanzas de los hombres.
Nos encontramos, sin duda, ante un cristiano singular, de ejemplaridad extraordinaria, que ha disuelto la dicotomía establecida entre Reino de Dios e historia del mundo y salvación personal.
Quiero incidir ahora en el polo opuesto de los pobres, en aquel que, inmisericordemente, en una y otra parte, ayer y hoy, es causa de los mismos: el sistema capitalista.
Casaldáliga vuelve una y otra sobre el tema, lo estigmatiza con un fuerza que raras veces se ha visto en el lenguaje eclesiástico.
La realidad establecida es lo que es: o sirve al hombre o está contra él.
Ese establecimiento puede actuar como agente humanizante o deshumanizante. Si lo segundo, habremos de desenmascararlo como ídolo perturbador.
Quizás esté ahí la clave que debiera revolucionarnos a todos, porque lo que no se puede es ser persona cristiana y andarse flirteando con el encantamiento de falsos dioses.
Ciertamente, Pedro no es neutral y muestra con ira sagrada su denuncia profética.
Hemos llegado a un momento donde la trama entre lo individual y social se ha saldado de tal manera que parece no dejar resquicio para alumbrar y rescatar la original individualidad.
Benjamin Forcano

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